viernes, 2 de julio de 2010

EL LIBRO DE LA LUZ

No había algo que la joven Silvia disfrutara más que la luz del amanecer o que un esplendoroso arco-iris. Ver al cielo encenderse en colores era lo que más ansiaba ver Silvia cada mañana de cada día. De hecho, siempre se levantaba horas antes del amanecer, deseosa de no perderse las primeras luces de la aurora. Era extraño como reía, pareciendo posesa por una alegría singular, cada vez que veía que el Sol se levantaba en el este. Al llover ella se deprimía, el gris oscuro no la dejaba pensar en otra cosa en que lo triste que sería la vida entera si el cielo nunca usara su vestido azul y rojo, si no hubiera más color que el gris donde reina la lluvia.
Terminó la lluvia. Silvia se levanta al ver la luz del Sol penetrando entre las nubes al iluminar el horizonte. Y al final, donde la lluvia termina, un pequeño arcoiris anuncia con gran pasión que el color ha de volver a reinar sobre la tierra y que la lluvia triste y gris finalmente se retira.
Inflamada de alegría, la joven corre hacia el arcoiris, como queriendo abrazarlo por darle tan buen anuncio. Corre con ardor y pasión, paseando entre la pradera húmeda, viendo al arcoiris que ilumina con gran fuerza. Corre para abrazarlo, dejarlo escapar no quiere, y de pronto, se detiene: ha ocurrido un milagro: Una catarata sacra fluye en colores y llamas de toda luz que existe, es un templo a la luz clara.
- He llegado al arcoiris.- dice ella, sin creerlo. Mas fue su pasión tan grande, como fuego ardiente y sacro, que ha conmovido a los cielos, y han permitido un milagro.
Un bello niño la ve: Tiene cara inocente y una arpa sobre el vientre. Y sus alas son dos flamas de colores que seducen. Se baña en la catarata sacra, en el río de las nubes, que es donde fluye el color, los siete colores santos: - Ven, oh bendita mortal. Toma un baño de arcoiris, ya verás que no hay igual. Mira a las plantas verdes... ¡Se ha tornado moradas! Sus flores de mil colores se han llenado al tocarlas las luz del templo divino que es arcoiris grato.
Ella se acerca sin miedo, su pasión la ha dominado. Se deja inundar por el salto de colores y milagros. Fuego y luz se hace su alma de tanto placer celestial, mientras el niño toca el arpa y la ve en pasión bailar.
- Eres bella y hermosa, más mucho más lo serás. ¡Bebe del arcoiris! Sus aguas te unirán al cielo.
Tanto deleite ella siente que de pronto se desmaya, con una sonrisa rosada que le bendice su faz. El niño la ve, complacido, pues ella al mismo cielo ha gozado.
- ¡Bendita eres!- él dice, y realiza un encanto: Pone una flor en la boca de la mujer extasiada, y luego grita con fervor:
- Estos labios tan hermosos serán un deleite al cielo, pues la voz que ellos guardan será casta y de diosa. Por la Iris, sierva de Hera, que consagró el arcoiris, pongo un gran fuego poeta en tu boca, oh niña hermosa. Tus palabras serán versos capaces de grandes milagros, y revelaré a tus ojos los más sagrados encantos.
Entonces la flor se quemó totalmente en la boca de la muchacha, fundiendo el fuego en el aliento de la desmayada. Luego el niño tomó una hoja, hoja de planta cualquiera, y con una gran bendición, la hizo un libro sagrado, adornado con una antorcha que iluminaba sus páginas. Puso el libro sobre el pecho de la muchacha, y luego, el travieso niño (tal vez algún dios o viento) sopló bendiciones santas sobre la moza que reposaba en el agua de la catarata de luz.
Al despertar la muchacha, se encontró empapada, pero no en agua, sino luz, y con el libro en el pecho. Sentía arder su aliento entre sus pecho y su boca, era evidente para ella que había ocurrido un prodigio.
Abrió el libro con pasión, y de primero leyó, un encanto muy extraño que por mucho le agradó: "Que la flor se haga Luna, que la Luna se haga estrella, que la luz se haga una, y me vista de princesa". Una llama alada, como pájaro colorido, salió de la boca de ella y consumió su vestido. De las llamas que ardían nació un vestido de reina, de telas de flores santas, luminoso cual estrella. Ella se llenó de gozo, pues su vida había cambiado, su aliento era sacro gracias a un libro encantado.
Cantando sus versos de fantasía fue por la bella pradera, transformando pájaros humildes en aves muy coloridas, y volviendo cada hierba en flor de gran perfume. Al caminar danzaba con su libro, y recitaba sus versos milagrosos. En los ojos de ella era posible observar un arcoiris ardiendo que te haría pensar que sus ojos son muy verdes y al instante son azules, mas al rato son tan rojos como brazas del hogar.
Un joven campesino la miró, y se encontró enamorado. Ella, al verlo tan humilde, con ropas que nunca ha cambiado, cantó otro verso del libro, uno que hablaba de fiestas en honor a reyes sabios, y transformó al pastor en un noble muchacho gallardo, con corona dorada de rey, y un caballo color rojo, que antes había sido un conejo que estaba en la seca pradera.
La joven montó el caballo, ante la mirada asombrada del muchacho.
- ¿Eres hada o diosa acaso?- preguntó el joven guapo. Mas ella tan sólo río, pues ni ella misma sabía en que se había transformado.
- No sé que me ha sucedido, yo era muchacha humilde, y el cielo me ha bendecido, y ahora encanto cual hada. Mi aliento se ha vuelto milagros, y un libro me dicta oraciones que pueden hacer que una nube derrame hasta oro en su lluvia.
La bendita muchacha tocó con suavidad el corcel, y este empezó a correr por el campo. Del campo llegó a su casa la muchacha transformada, se presentó a sus madre y hermanas contándoles sobre el milagro que en ella había ocurrido y mostrando al campesino que su de ella se había prendado. Ella no paraba de recitar bendiciones para el cielo, que transformaban su entorno en un mar de delicia y sueño.
- Este ha sido mi pago por amar ferviente al cielo, a la luz y la aurora.- explicaba la muchacha a su madre que, asombrada, no quitaba la mirada de la gloria de su hija.
Ardiente fue aquella fiesta en que celebraron los hechos, la joven bendijo todo y con sus encantos celestes preparó un banquete alegre para su madre y hermanas, y para el joven campesino de que estaba enamorada. Silvia miraba al cielo y no paraba de agradecer con bendiciones hermosas muy agradables de oír.
En medio de su ahora fantástica vida un día se preguntó sobre la razón de sus poderes, y cual sería su función en aquella tierra ahora que era semejante a Hera, a una gran diosa del cielo. Y ese día encontró la respuesta, al ver a una ave en apuros, a un diminuto pajarito cuya ala estaba rota. Ella lo tomó en su mano derecha, mientras sostenía su libro en la izquierda, y cantó un hermoso verso "Fuego del Universo, sana a esta ave que sufre, te lo pido con un rezo, que espero que a este pájaro cure". Y la luz ardiente de su voz sanó al pájaro al instante, el cual, poseso por musas del cielo, le dijo a la bella dama:
- Pues tu función ya hallaste, y es la de hacer milagros para adornar bosques y campos de belleza y divinidad. Por eso te eligió el cielo, y te dio ese libro bendito. Ahora corre por los bosques, y haz prodigios divinos para que todos te admiren y te bendigan.
Y ella de inmediato se fue al bosque, deseosa de complacer a los cielos y a la tierra con sus prodigios de fuego. Transformó pequeñas plantas en los árboles más frondosos, hizo a las ciervas parir cervatillos con sólo mirarles los ojos. Mas tarde, su novio la buscó en su caballo, y la recogió al verla tirada en la pradera, con una sonrisa en la cara, mientras los pájaros no paraban de revolotear sobre su hermosa figura, dejando caer bellas plumas para que a ella coronasen. Al verlo no dudo en besarlo, haciendo que de las bocas de ambos surgieran ríos de flores y cantos de pétalos. Él sonrió. Miró hacia el bosque cercano, los pájaros eran dorados y las flores plateadas y brillantes, clara señal que su tierna amante no había parado de hacer mil milagros. Al llegar a su casa (la casa de ella), el joven dejó a la ebria en perfumes para que la madre a la dama cuidara.
Al día siguiente, él, aún complacido por el dulce beso, se marchó con rumbo al pueblo, donde tenía que vender sus productos, pues aunque su amada le había dado porte y corazón de príncipe, y hasta un caballo encantado, él seguía siendo un campesino, y para vivir tenía que vender lo que su padre había producido.
Al llegar al pueblo, que está lejos de la pradera donde la muchacha y su amado viven, el campesino se sintió agobiado. Su trabajo le pareció humillante, los comerciantes ni lo miraban al comprar, y al regresar para la casa, después de tanto esforzarse, sólo unas monedas sucias al final pudo llevarse. Una lágrima corrió de sus ojos, se sintió indigno de su princesa, luego se montó en su caballo, y se fue de vuelta a la pradera. Antes de ir a su casa, pasó por la de su novia. Su madre estaba preocupada pues su hija no regresaba, de nuevo.
- La iré buscar al bosque. Ella dijo que recibió la bendición que le llena para volver alegría a los bosques y a las tierras. Ahora está dedicada a hacer milagros en los bosques y la pradera.
- Su corazón es tan gentil que hacer cosas bellas le apremia. dijo su madre sonriendo.
El joven tomó su caballo, y pronto llegó hasta el sitio donde la muchacha estaba. Ella acababa de transformar a un pichón perdido en una bella ave fénix. La ave ardía y brillaba, maravillando al muchacho, el cual con pasión le dijo a su novia:
- Eres una artista innata.
Ella lo miró con sus ojos de ninfa virginal, y se dedicó a besarlo por un largo rato más. Pero al final se detuvo, al sentir que el beso de estrella fugaz con que ella bendecía a su amado no le hacía feliz, pues algo le molestaba.
- Es sólo que eres tan bella, gloriosa, eres una santa, y yo tan sólo un humilde campesino que trabaja.- dijo el joven, muy triste.
- Pues yo puse en tu corazón el fulgor de la realeza, así que para mí eres un príncipe lleno de grandes riquezas.- respondió ella, sabiendo que su amado tenía el aliento de los guerreros sagrados. Pues ella misma le dio la realeza y dignidad, para que en su corazón ardiera la poesía y la pasión que los grandes príncipes llevan en su sacro corazón.
Pero aunque ella le hizo un príncipe, él seguía preocupado.
Ella sonrió, leyó su libro, mientras tomaba en sus manos a una manzana que él joven le había llevado. La manzana se hizo de oro, y luego se la dio al joven para que la comiera. Él la comió, obedeciendo a su novia, y luego ella las semillas le pidió. La mujer corrió a la pradera, donde sembró las semillas, y en unos momentos ya habían nueve grandes árboles que daban manzanas de oro sagradas.
- Estas son las manzanas doradas, manzanas del oro más puro, que son sagradas y poseen en ellas juventud, salud y divinidad. Cómelas y te sentirás mejor.- explicó la mujer.
El campesino se montó en los árboles para recoger tomar una manzana, y luego de probarla, la manzana fue tan placentera que se bajó de aquel árbol para arrodillarse ante Silvia, mientras decía: - Tú me regalas tu belleza y tu divinidad... y yo... ¡Un simple campesino! ¿Qué te puede ofrendar? ¡Nada! ¡No te merezco! Debería poder regalarte hasta el cielo, pero no puedo.
- No necesitas regalarme nada, con tu amor me basta.- respondió ella, preocupada.
- ¡Vete! ¿Por qué estás conmigo? ¡Yo nunca podré darte nada! A una diva como tú no tengo nada que ofrecerle... - gritó el hombre, de repente.
- Pero...- trató de decir ella, pero él rápidamente se acercó, y la calló con un beso.
- Perdóname, Silvia amada, por favor, a veces me olvidó de que lo importante es nuestro amor.- dijo el campesino, tratando de calmar a la confundida ninfa con una suave caricia en el cuello.
Ella se sintió mejor. Luego ambos se pusieron a mirar a disfrutar de las manzanas que Silvia había encantado. Pero en el fondo de su corazón, el joven seguía insatisfecho. ¡Él tenía que demostrar que él merecía a la gran Silvia!
Ella notaba su angustia, y para calmarle sus sueños, cantó un sagrado verso, un verso que le hizo dormir, para que tuviera sueños gratos y al fin se tranquilizara. Ese era un cuento de hadas en que el príncipe azul no se creía a la talla, y eso le preocupaba a Silvia, la de benditas llamas.
Al despertar, él estaba en su casa, mientras que Silvia se había ido a la suya.
Todo empeoró cuando al día siguiente llegaron a sus casas varios grandes caballeros, algunos muy ricos, y otros muy guapos, habiendo escuchado de la divinidad de la muchacha, habían llegado queriendo desposarla. Mas ella les dijo que ya estaba prendada de su campesino, que no lo dejaría, aunque aquellos le ofrecieran tesoros y riquezas. Pero cuando el novio de Silvia llegó a la casa, todos se sorprendieron por su gallardía, gallardía producto de las bendiciones que Silvia había puesto en él. Mas él se sentía como entre gigantes al verse rodeado de tales nobles, Silvia lo tomó de su mano, luego le dio beso, corto pero intenso como el Sol y su fuego, para que quedara demostrado su amor por el joven. Mas pronto los caballeros hicieron preguntas, queriendo saber el origen de él.
Dándose cuenta que no era hijo de reyes, aunque un encanto le hacía parecerlo, los otros pretendientes lo retaron a demostrar que él era digno de desposar a la divinidad.
La deificada trató de apártalo, quería alejarlo de seguros problemas. Tocaba su pecho, y cantaba en su oído los cantos de amor que aprendió de su libro. Mas el joven quería demostrar su valor, y quiso aceptar el reto de los demás.
- Si eres tan digno de esta diva tendrás que probarte como caballero. ¿Qué tal una corta carrera de caballos? Si pierdes tendrás que renunciar a tu amada.
La hermosa muchacha abrazaba con pasión al muchacho, queriendo aplacarlo con besos y caricias. Mas él la miró con ternura a la cara, y dijo que él debería ganarla.
- No soy un premio, soy tu amada. No puedes ganarme, pues estoy entregada a tu amor.- dijo la dama, pero el ofendido joven ya no la escuchaba. Montó su caballo encantado y les dijo a los otros pretendientes que trataran de rebasarlo. La muchacha recurrió a sus sacros encantos para hacer que el aliento del corcel del muchacho fuera un fuego inextinguible, capaz de llevar al caballo hasta el final sin mostrar ni un declive.
Los otros montaron sus caballos también, mas el caballo encantado se mostraba inquieto. Tanto fuego lo hacía salvaje, y quería correr sin pensar en frenarse. Empezó la carrera con una meta visible, el fin de la pradera, antes de llegar al río. Los caballos arrancaron, y en tres cortos pasos el caballo encantado ya había llegado. Tanta fuerza y el brío equino lanzaron al joven directo al río. Los otros caballos llegaron minutos después, y todos decían que trampa eso fue.
La muchacha apareció un rato más tarde, y calmó al caballo, que exhalaba llamas con furor, como dragón enloquecido. Un competidor dijo:
- Usaste tus poderes para enajenar al caballo y hacerlo volar sin parar por el campo. Eso no es justo, hermosa muchacha, así no sabemos si en realidad el muchacho ganaba.
La muchacha dijo, bastante enojada: - Pues esta carrera fue por mi amor, así que está bien que yo elija el ganador.
Luego ella notó que el muchacho trataba de salir como podía del río que lo enredaba. Ella con valentía se tiró a las aguas y rescató al joven que casi se ahogaba. Pero esto sólo sirvió para que el muchacho más humillado e indigno se sintiera.
- ¡Una princesa que rescata su príncipe! ¡Que clase de cuentos de hadas es este!- dijo el muchacho, al ver que reían todos los hombres que competían, mientras la muchacha una plegaria cantaba, y así renovaba las ropas mojadas y destrozadas del muchacho que la amaba.
La muchacha dijo, queriendo que el joven dejara de probarse a sí mismo:
- Yo soy la hada, así que decido como acaba este cuento. Sólo bésame y ámame, ese es mi deseo.
Uno de los hombres, demasiado enloquecido por la gloria divina que de la diva surgía, sacó su espada y gritó con fervor: - Esto se debe decidir a lo macho.
La sagrada Silvia tomó unas ramas, sacó su libro de entre la toga que la vestía, y luego de cantar unos versos, las ramas se envolvieron en fuego y se hicieron un arco dorado y ardiente, con flechas de aladas letales serpientes.
- Pues si así quieren que esto se decida, esta es la arma que él usaría.- dijo la dama, mientras daba el arco y el carcaj a su novio.
Y aunque él no tenía idea de como usar un arco, el arco mismo guío sus manos, apuntado sin temblar hacia aquel que su espada blandía. Al instante todos sacaban sus lanzas, cuchillos, puñales y hasta una daga.
El muchacho tenía la clara ventaja, pues su arco era divino y la misma Victoria (diosa alada que brinda orgiástica alegría de triunfo) en él estaba grabada. Pero él no sentía que esa fuera una justa victoria, y bajando el arco le dijo a la dama:
- ¿No crees que yo pueda ganarte por mi mismo?
Ella, furiosa, empujó al hombre al río:
- ¿Acaso no escuchas? No me importa que me ganes, tan sólo me importa que con todo me ames. Mas si vas a seguir buscando excusas al amor, entonces no quiero saber de ti más, pues me harás sufrir y me harás llorar.
La muchacha corrió hacia la pradera, con lágrimas en los ojos, las cuales hay caer en el suelo hacían nacer fuentes de aguas claras. Todos la vieron, con vergüenza, habían hecho llorar a la ninfa, el joven trató de detenerla en su huida de llanto y dolor, pero de pronto llegó un extraño y sombrío caballero, en un corcel de sombras que causaba terror, y el hombre aquel, cubierto por su armadura hecha del hierro más resistente, logró capturar a la dama divina, la cual buscaba defenderse, pero la armadura estaba hecha de un hierro maldito y frío que cancelaba el poder de la muchacha de fuego y su libro bendito. Se fue en su malvado caballo mientras el novio miraba. Su caballo encantado montó, queriendo detener al jinete del mal. Pero el terror que surgía del cruel corcel de sombras hacía al caballo retroceder, horrorizado. El joven miró a los demás caballeros.
- ¡Debemos salvarla!- gritó con furor. Mas ellos miraron el cielo, disimulando, tomaron sus caballos y escaparon sin pensarlo dos veces.
- ¿No que la amaban, hasta la adoraban? ¡Debemos salvarla, favor no se vayan!
Sólo uno se atrevió a decir: - Él es Señor Siniestro del castillo del norte, si vas a rescatarla, morirás, te lo aseguro, pues es un poderoso mago. Una cosa es el amor, y otra cosa es la locura. Ir a rescatarla será la muerte segura.
- Pues si el amor por ella no es locura, entonces no es amor. El Amor es loco y travieso, y aunque tenga que arriesgar mis huesos tendré que ir a salvarla del malvado.- dijo el campesino.
- Seguro que morirás, y de seguro ella también. Él le robara su alma pura de diosa para hacerse más poderoso y cruel. Luego de seguro atacará estas tierras, así que hay que largarse ahora que aún se puede.- explicó el cobarde jinete, y se fue en su caballo hacia el horizonte del Este.
El joven miró a su caballo, el cual estaba asustado tras ver a la dama robada por aquel caballero indecente. Le dijo con seguridad: - Tendremos que olvidarnos del miedo para salvar a Silvia. Sólo en ti confió, mi amigo equino.
El caballo se llenó de valor, del valor de que su jinete se había llenado para salvar a su amada. El corcel empezó la carrera, casi volando sobre la pradera, rumbo al castillo del norte, donde una divina mujer, dadora de bendiciones y milagros, tenía que ser rescatada de las garras de un malvado. Pronto llegó a la entrada de la fortaleza que el Señor Siniestro gobernaba. Escuchó un grito a lo lejos, era la voz de Silvia, que ayuda estaba pidiendo. Monstruos de lodo y de grava salieron de un pantano cercano. El caballo miró hacia el suelo, habían miles de huesos equinos.
- No te preocupes, saldremos de esta.- dijo el joven, antes de observar que entre los huesos de caballos había esqueletos y cráneos de humanos.
- O tal vez no...- agregó el joven, y su caballo empezó a temblar. Mas al volver a escuchar el grito de la dama, que a lo lejos se apagaba, caballo y jinete supieron que no habría otra más que luchar. Los monstruos del pantano se acercaban, hambrientos por carne fresca, pero el caballo no era para nada presa fácil. Dejó que el fuego que Silvia había puesto en su aliento inflamara todo su cuerpo, y el caballo de fuego atacó, con grandes patadas de llamas, a las bestias que los atacaban, las cuales sin remedio se quemaban hasta quedar en cenizas. Mas el Señor Siniestro era hábil, e hizo que despertaran los esqueletos de humanos, para que al jinete atacaran. Mas este aún tenía su arco de fuego, y con flechas de ardientes serpientes destruyó a los sonrientes esqueletos que se levantaban. Luego siguieron el camino hacia el castillo maldito, mas muchos problemas aguardaban. El patio del castillo era un cementerio, y a cada paso que daba el corcel, un muerto viviente salió del fango, tan sólo para ser destrozado por los fulgurosos cascos de fuego del caballo encantado.
Un relincho de llamas y vientos de tormenta derrumbó la puerta del castillo, y el foso de lodo fétido y tóxico fue saltado con facilidad por el caballo encantado que estaba dispuesto a ayudar a que su jinete salvara a la dama sagrada.
Al entrar se encontró con docenas de jinetes, armados hasta los dientes, sobre caballos maldicientes. Sus ojos (los de los caballos y sus jinetes) eran oscuros, sin brillo, pues su amo les había comprado sus almas para hacerlos sus esclavos.
Estaba sorprendido de ver tanta maldad, en los pueblo de la pradera había sólo tranquilidad. Había oído de guerras lejanas, mas nunca pensó que algún día pasara que pelear una guerra a él le tocara. De pronto el general de los jinetes se acercó al muchacho, y dijo:
- No es necesaria esta pelea. Olvídate de tu amada Silvia, y únete a nosotros. Tendrás grandes tesoros, monedas de oro, tan sólo jura lealtad a nuestro amo, y serás más rico de lo que hubieras soñado. Eres fuerte y valiente, y tu caballo es excelente. Sería un grave desperdicio que tengan que perderse en una pelea sin esperanza.
El joven le dijo al general: - Si tuviera dinero y tesoros, los usaría para comprarle todo tipo de cosas a Silvia. Pero entonces no tendría a Silvia, y el dinero no serviría. ¿No es irónico?.
El general lo miró con sorpresa, y dijo: - Tienes razón, ¡Mátenlo!.
Una ola de flechas negras y envenenadas es dirigieron hacia el joven, pero su caballo las arrasó con un poderoso relincho de ráfagas ardientes.
- Tu caballo es tu poderoso, eh. Bien, mi caballo sabe trucos también.- dijo el general, y el caballo oscuro embistió al flamante corcel con sus cascos, el cual tuvo que retroceder cuando los demás caballos se sumaron al ataque. Estaban a punto de ser lanzados por la puerta hacia el tóxico y fétido foso. Pero entonces escucharon la voz de Silvia, pidiendo en versos hermosos que su caballero y caballo le rescatasen. El caballo, con su fuego arrebatado por la inspiración que los versos de Silvia le daban, arremetió contra los demás caballos con una furia de incendio implacable, lanzando a sus carbonizados rivales a los lados de su ruta. Siendo destruidos los caballos de sombras malditas, sus jinetes trataron de detener al caballo a flechazos, pero las flechas se quemaban en el aire inflamado por la furia del corcel, y eran contestados con ráfagas de flechas viperinas que el jinete del caballo encantado disparaba.
Pronto el novio de Silvia logró penetrar en la torre donde el Señor Siniestro se hallaba. Su caballo estaba agotado, y lo tuvo que dejar en el primer piso, así que continuó su camino sin pausa hasta la azotea, donde se encontró a su novia, cubierta en una santa burbuja de luz mientras oraba con los dos ojos puestos en el cielo, para defenderse de las maldiciones que su secuestrador le lanzaba para destruir su alma de santa.
- ¡Por qué no puedo destruirte!- gritaba el mago desde el fondo de su armadura. De pronto miró hacia atrás, y se percató que el novio de Silvia le apuntaba con su arco de fuego.
- Bueno, tal vez deba desmoralizarla matando a quien más ama.- dijo el cruel mago, y atacó al muchacho con su gran espada negra. Él uso su arco a manera de escudo, pero el mago era más fuerte y el muchacho acabó lanzado varios metros hacia atrás. La dama atrapada cantó versos hermosos para reavivar las fuerzas y el valor del muchacho, el cual se levantó muy rápido, esta vez logrando disparar una flecha.
- La armadura es de sombras poderosas y malvadas. Al menos que se la quites no podrás nunca ganar.- dijo la dama, para luego continuar orando por la vida de su amado. A cada oración de ella, el corazón de él se inflamaba, y más fuerzas llenaban al joven héroe que luchaba. Disparó sus flechas de nuevo, esta vez dando en puntos exactos donde la armadura tenía espacios en las articulaciones. Si al menos una flecha traspasara el blanco, el joven al fin ganaría. De tanta fuerza le llenaba su dama con las oraciones divinas, que sus flechas se hicieron tan luminosas como el Sol de la mañana. Mas aunque en el blanco daban, el mago aún se reía. Mientras tuviera la armadura nada malo le pasaría.
Ella seguía orando, dándole fuego a su amado, el cual se llenó de un halo que lo hizo semejante a un dios. Sus ojos ardían cual brazas de inexplicable belleza, pues su amada Silvia lo llenaba a cada instante de grandeza.
Otras nuevas flechas en sus objetivos, mas el mago no se inmutaba. Es más reía, decía que las cosquillas le gustaban. Azotó el viento con su espada, lanzando con un ráfaga a el joven contra la pared, tan brutal fue aquel golpazo que si Silvia no hubiera estado orando para que los cielos guardaran la vida de su novio, de seguro este se hubiera muerto al instante. El mago se enojó, envió otra maldición sobre la dama que oraba, tratando de que dejara de rogar por su amado. Mas ella era poderosa, y su luz no se apagaba. Su novio se volvió a levantar, más por ella que por sí mismo, y guiado por la mujer otras más flechas lanzó.
- Si no logro acabar con esto ahora estaré luchando por siempre. Ella es como la ninfa de una fuente, dando agua de fuerza y vida a su amado, así que este no muere.- se dijo el mago, y retó al joven a una pelea sin armas. Él se quitaría su armadura, ella dejaría de orar, y él soltaría su arco, para un encuentro final cuerpo a cuerpo, nada más.
El joven aceptó, y su novia se estremeció. Mientras que el mago era un guerrero, su novio era tan sólo un campesino, bastante diferencia había entre el mago y el muchacho, de alma de tierno niño. Ambos se desarmaron, y Silvia quería cerrar los ojos, mas con sorpresa observó que tan mal no le iba al campesino. Era el amor lo que lo guiaba, el amor hacía que sus venas estallaran, y fuerza sobrehumana le daba al muchacho que peleaba. Pero el odio es también fuerte, este guiaba al mago, pues odiaba todo el mundo, pues se sentía despreciado. De niño abandonado, tuvo que ganarse la vida a las malas, hasta que descubrió la magia oscura, y quiso vengarse del mundo. Mientras que el campesino, aunque llevaba una vida humilde, tenía padre y madre, que siempre le protegieron. Hasta tenía una novia divina que por él se preocupaba.
Al final nadie podía ganar, y ambos estaban agotados. El mago se llenó de rabia, y retomó su espada. La novia arrojó el arco y el carcaj a su novio, el cual se armó tan rápido como pudo.
- No tiene armadura, acábalo ahora.- dijo la mujer, y el joven disparó. Una serpiente alada clavó sus colmillos de veneno de fuego en el mago, el cual, guiado por el odio, se olvidó del dolor y de el veneno que quemaba su carne. El mago, seguro de que mataría al novio, le dijo a Silvia:
- Esto no va a acabar así. Si yo nunca puede ser feliz, al menos tú tampoco lo serás.
Otras dos flechas no fueron suficientes para detener al mago, el cual alzó su espada en el aire, listo para acabar con el joven. Él se defendió dando una patada en el pecho al mago, una patada brutal capaz de detener cualquier corazón.
- ¡Hace tiempo que maté mi corazón!- gritó el mago, ya lanzando con fuerza el espadazo final. Pero de pronto una ola de fuego encantado apareció de la nada, reduciendo al mago y a su espada a cenizas.
- ¡Vaya! Esa patada en el pecho si funcionó. ¡Lo desintegraste!- gritó Silvia, con rara emoción.
Luego corrió hacia el lastimado muchacho, mientras gritaba "¡Mi héroe! ¡Amado héroe!".
Él estaba tan herido que ella tuvo que llevarlo cargado hasta el primer piso, donde el caballo esperaba. Allí usó sus poderes para curarle las heridas, mientras el muchacho veía como la oscura torre se volvía transparente y de pronto desaparecía con todo el palacio y los monstruos, dejándolos tan sólo a ellos tirados en el verde suelo.
- La magia de las sombras ha desaparecido. No habrá más problemas en esta región durante un largo tiempo.- dijo la dama con emoción, al tiempo que daba esporádicos besos a su héroe y príncipe salvador.
Él la miró, viendo sus ojos santos que no sabían ocultar la verdad, y dijo, riendo a carcajadas:
- Tú destruiste al cruel Señor Siniestro. ¿Verdad?
- Pero la patada que le diste ayudó, no creas que no - dijo ella, sonrojándose.
- Y tú pudiste haberte escapado de él cuando quisieras ¿Verdad? Y lo pudiste haber derrotado con sólo uno de tus versos ¿Verdad?- dijo el muchacho, aún riendo.
- El fuego y la luz son capaces de arrasar a las sombras sin más que brillar. Y yo soy fuego y luz.- dijo ella, más sonrojada todavía.
- Pero querías que te salvara para que al fin me sintiera digno de ti.- dijo el muchacho al final, asombrado de que ella estuviera dispuesta a correr tantos peligros sólo por el amor.
Ella lo tomó en sus brazos, y le dio un beso que respondió su pregunta y cualquier otra que él tuviera. El corazón del muchacho se hizo de oro, pues al fin descubrió los misterios de Amor.
Luego regresaron a su pueblo, ella lo presentó a él como un héroe, y hasta pueblos de regiones distantes llegaron para agradecerle, y así el fue declarado rey. Y ella, ahora la reina, hizo que aquella región se llenara de paz y milagros por el resto de su larga vida de ninfa. Aunque él y ella supieran que el rey no derrotó al Señor Siniestro por sí mismo, ambos sabían que él si era un héroe, pues fue el único que se atrevió a arriesgar su vida por amor. Sus hijos e hijas fueron tan gloriosos como ellos, y llenaron el reino de más bendición, el cual se hizo un Parnaso donde siempre cantaban al amor y al honor. El corcel encantado engendró una raza de equinos que fueron triunfantes en cada batalla, así el oro y el placer cubriendo el reino, el cual se hizo de risas y gozos eternos.

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