viernes, 2 de julio de 2010

ENCANTAMIENTO DE PRIMAVERA

Una semilla esconde en su interior todos los misterios de la vida. En su pequeña figura oculta modestamente bosques y flores, perfumes y frutas. Sólo le hace falta un poco de Tierra, agua, aire y luz para que transforme una isla desolada en un jardín pintoresco. No es de extrañarse que a veces una semilla pueda guardar algo más que praderas y florestas.
Entre los restos de las hojas y las ramas es fácil encontrarse con decenas de bayas, granos y nuececillas. Pero entre todas ella sobresale una redonda semilla rosada del tamaño de la uña de un pulgar.
Mientras Héctor recogía maderos para calentar su casa durante los últimos días del invierno, se encontró con la semilla y esta le llamó la atención. Aquella perfectamente redonda cosita no se ve todos los días, y Héctor decidió llevársela, impulsado por la curiosidad de saber que tipo de exótica planta la semilla contendrá. La pone entre las leñas con mucho cuidado, y culmina su labor recogiendo algunas maderas más.
Al llegar a la casa se le olvidó por completo la semilla hasta que era muy tarde: Aquel rosado grano había terminado entre los leños que se consumían. Cuando lo recordó se estremeció. Rápidamente lanzó un balde de agua a la fogata, y rescató de entre las llamas a la quemada semilla.
- ¿Qué pasó, Héctor?- preguntó la madre, extrañada.
- ¡Rayos! ¡Espero que no se haya arruinado! ¡Nunca había visto una de ese tipo!- se dijo Héctor, sin prestarle atención a su madre.
- Menos mal que en pocos días viene la primavera, y no hace tanto frío. No es nada fácil re-encender la fogata manualmente, pero no hay provisiones ya. La nieve ha arruinado todos los caminos. Apúrate y tráeme madera seca, y esta vez pon más atención en lo que haces.
Héctor puso la semilla en la mesa y reemplazo los troncos húmedos. Él mismo empezó a "atornillar" un tronco delgado en uno suave, hasta que renacieron la llamas.
- Las provisiones son para perezosos. Encender la fogata con las manos no es nada. Me hace sentir joven.- dijo Héctor, haciéndose el rudo.
- Lo de joven lo puedes decir tú, que eres un niño. Yo no tengo tiempo para ser ruda.- dijo su madre con una dulce sonrisa en sus labios.
La dama miró con extrañeza la semilla que estaba sobre la mesa, y exclamó:
- ¡No tengo idea sobre de qué tipo de planta será esa semilla! Y eso que yo conozco muy bien todos los tipos de plantas que hay por estos bosques.
- Por eso espero que no se haya dañado.- respondió el niño.- Yo también quiero saberlo. Se chamuscó un poco, pero creo que sólo fue la corteza.
Pasaron los días, y finalmente la hermosa Primavera libó su copa de belleza sobre el bosque. Los animales volvían a sus actividades normales, y un concierto de aves empezó sus canciones de cortejo primaveral. Ese primer día de primavera Héctor llevó la semilla al bosque, para sembrarla. Llegó a un solar donde entraba mucha luz, la suficiente para despertar a la semilla, y la sembró. Llevaba consigo un galón de agua, se lo dejó caer completo a la Tierra que rodeaba a su semilla.
- Mejor ahogada que sedienta.- se dijo Héctor. Él hacía lo que podía, pero no sabía mucho de agricultura.
Al regresar a la casa se enteró de que los caminos estaban totalmente destrozados, y que no llegarían provisiones en un muy largo tiempo.
La madre temía que la comida no alcanzara, así que ese día sólo el niño almorzó. Ella simuló que ya había comido cuando le sirvió a Héctor, y se fue a su cuarto a leer los escritos de su madre, para olvidar su hambre. Eran escritos sobre la vida en las montañas, sobre las dificultades, pero sobretodo lo hermoso que era vivir apartado de la ciudad.
En la tarde el niño salió a jugar a el bosque, y al atardecer fue a ver si su plantita ya había germinado. Grande fue su sorpresa al encontrase con que la planta ya tenía varias pulgadas de altura y media docena de hojas.
- ¡Si le hubiera echado más agua ya sería un árbol!- exclamó el niño, pensando en hacerse rico con su método de ahogar las plantas para que crezcan muy pero muy rápido. Tocó con su mano a la plantita, queriendo sentir la textura de sus hojas, y esta respondió excitándose y levantando sus hojas. Una flor surgió súbitamente, coronando a la plantita, ante el asombro y la emoción del niño que observaba. Cuando el capullo de la flor se abrió, dejó ver un extraño fruto: Una figura ardiente y hermosa, parece que es una bella paloma. Aquella belleza abre sus alas, y entonces se muestra una mujer hermosa, con las manos unidas y alzadas sobre su cabeza, sosteniendo una pequeño cetro, similar a una antorcha fulgorosa. El niño no pudo escapar del encantamiento de aquella imagen y la tomó en sus manos, perdiendo el sentido en ensueños fantástasticos con sólo tocarla.
- ¡Bendito niño que me has despertado! Me llamo Hebe, hada de la juventud. No sabes la dicha que has traído sobre ti.- dijo la hada, y luego, incitada por la felicidad de verse liberada de su semilla, la hada empezó a danzar alrededor del niño, mientras lo bendecía y le daba traviesos besos de agradecimiento y amor complaciente.
- Eres bella, mis ojos se deleitan en ti- dijo el niño a la hada. Ella, como hada que es, era vanidosa y orgullosa, así que aquellas palabras la inflamaron de alegría. Llena en un trance de pasión, la hada le dijo al niño, mientras ponía su cetro en la cabeza de él:
- Entonces disfrutarás de mi belleza cuando te plazca. Me encanta ser halagada, y tu voz es como miel para mis oídos. Me has llenado de alegría y te daré bendiciones. Yo, como hada de la juventud, sembraré un encantamiento en ti, para que seas un niño para siempre. Así serás virgen y hermoso para siempre, dedicado tan sólo a disfrutar de mi luz y mi voz.
Luz nació del cetro de la hada, la cual recorrió al niño, envolviéndolo como una serpiente de luz. Así un fuego encantado quedó sembrado en el niño, un fuego casto que al quemarlo lo llenaba de la gloria de la niñez eterna. La hada se veía complacida al ver como hiedras santas surgieron de las llamas, mezclándose con la carne y venas del niño, mientras rompían su ropa. Esas hiedras representaban la verde juventud que ahora el niño disfrutaría sin temor a perderla.
El niño, enloquecido por el placentero y casto fuego, danzaba por el bosque mientras la traviesa hada se agitaba alrededor, excitada y deleitada.
Al despertar de su extraño trance, observó a las hiedras y flores que ahora habitaban en su carne y piel. La hada, que no paraba de volar, le dijo con voz seductora mientras besaba su frente:
- Pídeme un deseo, para eso soy tu amada hada.
Una mancha de miel quedó en la frente del niño, y es que el aliento de la hada era miel misma, la más dulce y agradable.
De pronto el niño recordó a su madre, que ya debería esta preocupada por que él no había vuelto.
Y empezó a correr hacia su casa, mientras la hada lo seguía de cerca. Al llegar allí su madre se encontraba gritando su nombre, tratando de hacer que volviera al oír su llamada.
La madre lo abrazó al verlo llegar, pues ya estaba muy preocupada. Mas su cara de júbilo se volvió a ensombrecer cuando vio a las numerosas hiedras que se enredaban sobre los brazos, pecho y piernas de su hijo. Ella pensó que su hijo se había caído en un arbusto o algo así, así que lo llevó al baño para limpiarlo. Mas, en el baño, por más que trataba, no podía quitar las hiedras que crecían y se enroscaban sobre su amado niño. Con terror notó que las hiedras nacían de la carne misma del niño.
- Esas hiedras son un encantamiento que una muy hermosa hada puso sobre mí, para que pudiera ser niño para siempre.
- ¿Hada?- preguntó la madre, mientras flores y bayas brotaban de las hiedras, rebozantes en vida.
- Sí, espera... ¡Hada! ¿Dónde estás? Ven para que mi madre te vea.- dijo el niño, más ella no se apareció. Ella miraba desde la ventana, pero no se aparecería porque quería que su belleza estuviera totalmente dedicada al niño, así que a ninguna otra persona se mostraría.
La madre trató de arrancar una hiedra, pero el niño gritó, sintiéndose lastimado. Esos tallos eran parte del niño. A medida que las hiedras le daban vida y purificaban su cuerpo, el niño se hacía menos humano, y más celestial. Su mirada se hizo la de un bebé inocente, y perfume agradabale nacía de todo su ser. La hada veía con gran placer al niño volverse un ser tan divino como ella misma, un digno compañero para ella.
Pero la madre parecía no comprenderlo, y decidió de cortar las hiedras. La hada se desesperó, pues el niño sufriría si eso pasaba, así que tuvo que presentarse, aunque no lo quisiera, para evitar una desgracia.
- ¡Deténte, mortal, que no comprendes de milagros ni prodigios! He hecho a tu hijo un santo, en él ya sólo hay dicha y amor divino. Mis hiedras son consagradas, y son mi augusto encantamiento.
La madre se quedó como congelada. Una hada, brillante y hermosa, se presentaba ante ella. ¿Cómo no quedarse raptada por la admiración y alegría?. La madre, que era en el fondo muy tierna, acercó sus manos a la hada, como queriendo tomarla, y dijo con gran gozo, con un suspiro que nació del mismo fondo de su pecho:
- Lo sabía, lo sabía, las hadas sí existían.
La hada también se quedó maravillada, al ver a la mortal postrarse ante su ardiente figura. Aquella mortal parecía haber realizado sus sueños, y la hada descubrió, al ver los ojos de la dama, que en el fondo de su alma no era más que una dulce niña que creía en las hadas, en dragones y unicornios.
Queriendo hacer renacer a la niña con sus fogosos encantamientos, la hada acercó su brillante cetro a la mujer que la honraba. Esta cerró los ojos, dispuesta a ser tomada por un encantamiento sagrado que su juventud e inocencia restaurara. La hada estaba excitada, estaba prendada de la niña que había en aquella mujer, y pronto empezó un himno para arrancar el tiempo de la carne de la dama. Así tendría por eternos compañeros tanto a su amado niño como a su agradable madre, esta ahora vuelta infante.
- Fuego casto y virginal, arranca de esta dama aquellos años que la atan y has que para ella el tiempo no sea sino un mal recuerdo- eran parte de los versos de encantamiento del hada.
Mas de pronto su madurez reaccionó, justo antes que el encantamiento se hubiera concretado.
- ¡Tú no existes! ¡Es imposible!- dijo la mujer, recobrando su juicio humano. La hada se sintió desilusionada al ver que ella no aceptaba su regalo de juventud eterna y belleza infinita.
Mas allí estaba el hada, era evidente que sí existía. La mujer, recuperando la calma, se sentó, miró al hada, que aún tenía su cetro preparado, ardiente por poner un encantamiento sobre la mujer que escondía a aquella agradable niña que creía en fantasía.
- Bueno, sí existes. Pero no deberías, ¿sabes...?- dijo la madre, confundida.
El niño salió de la tina, y la hada lo miró con travieso amor. Rápidamente le dio un beso en la frente, para incitarlo a seguir bailando y cantando por ella. El beso encantado surgió efecto, y el hada llevó al niño danzante hacia el bosque, ante la mirada atónita de su madre. Luego la hada, agitando su cetro con pasión, tratando de seducir a la madre, diciéndole mientras la miraba con sus traviesos ojos:
- Aún puedes acompañarnos. Olvida de todo y sígueme, ya no sabrás si no de dicha y gozo.
Mas ella se quedó inmóvil. Su niñez quería seguir a la hermosa hada, pero su madurez quería salir huyendo de aquel ser que violaba las reglas del mundo de los adultos. Así que se neutralizaban.
Mas su curiosidad fue muy grande, y salió a ver al niño jugar por el bosque. estaba enajenado, no sabía de sí si no de la dorada flauta que la hada le había brindado. El bosque entero se estremecía de placer al oír las vibrantes melodías del niño, que no para de saltar como ciervo entre árboles y arbustos. Sus fogosos pasos hacían nacer flores y benditas hierbas en cada pisada que daba, y los pájaros no dejaban de revolotear sobre él. Todo el bosque lo celebrara, y cuando cerca de un árbol él pasaba, las plantas no dudaban en dar fruto para que él disfrutara. La hada no dejaba de guiarlo, con su volar caprichoso, por los senderos de la floresta, que parecían no tener fin. Y a veces, la traviesa hada, a la curiosa madre se acercaba, ofreciéndole aquel gran goce que sobre el niño ella libaba.
Al atardecer el niño yacía en un jardín salvaje de flores. Sus ojos estaban perdidos, su mirada mostraba el más grandioso gozo, y en su cuerpo empapado en la miel de aquella hada ardía un halo de luz comparable al de la sagrada Luna. Parecía dormir, pues ensueños santos seducían sus ojos y oídos. Sobre su pecho desnudo, vestido de las sacras hiedras, reposaba la bella hada, que no dejaba de mirar con sus traviesos ojos al bello niño delirar por sus encantos de hada.
La madre se acercó al niño, mientras miraba su cara. Estaba rojo cual fuego, pues la hada no dejaba de hacer que ensueños ardientes de fantasía lo llenaran.
- Nunca lo vi tan feliz.- dijo la madre, mientras acariciaba los cabellos del niño que soñaba hermosas visiones gracias a su amable hada.
El toque de su madre el niño despertó. La hada aleteó con fuerza, queriendo que el niño la viera.
- ¿Te gustaron los hermosos sueños que te di? Pues hasta en tus sueños no dejarás de alegrarte.- declaró la hada, haciendo notar su poder. El niño no dejaba de bendecir a la hada, la cual, orgullosa y algo vanidosa, se sentía deleitada.
De pronto la madre se desmayó, se veía en realidad pálida, y la hada exclamó:
- Ella no ha comido bien, ¡Nos olvidábamos de ella!.
La hada hizo a las plantas dar frutas deliciosas y medicinales para que la mujer se recuperara de su largo sufrimiento por alimentar a su hijo a costa de hambre.
El niño la llevó al cuarto, ayudado por dos ciervos que llegaron del bosque convocados por la hada. Pero como tardaba en reanimarse, la hada hizo que la llevaran a lo más profundo del bosque, para que el aroma de las flores y el aire más puro y fresco alegraran su sufrido cuerpo.
Al anochecer la mujer despertó. El niño no dejaba de mirarla con preocupación, y la hada no dejaba de iluminar el bosque para que la noche fuera más clara.
De inmediato el niño le sirvió abundante fruta, y la mujer se sintió mejor. La hada se sentó sobre la barriga de la mujer, y le dijo con algo de enojo:
- Si me hubieras dejado hacerte niña, ahora mismo estuvieras disfrutando mis encantamientos en vez de estarte así. Se nota que has sufrido, y no lo mereces. Yo puedo recompensarte, pero si tú no lo quieres...
La mujer sonrió, y dijo: - Eres un hada, y sólo sabes de risas bajo la luz de la Luna, de gozo en miel y alegría. Sería muy fácil para mí caer bajo tu hechizo y entregarme a juegos de niña y a los trinos de los pájaros. Pero es, a diferencia tuya, tengo responsabilidades, tengo un hijo que cuidar
La hada río con gran fuerza, confundiendo a la mujer. Cuando se calmó, dijo: - ¿Qué responsabilidad? El bosque cuidaría de ustedes, pues lo llenaría de placenteras risas que harían a los árboles dar flores y frutos. Eres muy terca, ya suficiente de esto, serás una niña quieraslo o no.
La hada preparó su cetro, ardiente cual antorcha, para lanzar su encanto sobre la adulta. Esta trató de escapar, buscando no ser alcanzada por la hada que, cansada, se decidió a encantarla. Mas en el fondo quería volver a ser una niña, así su resistencia no fue ni tan fuerte ni fiera, y pronto la hada tenía su cetro ardiente en la cabeza de la mujer, que sentía como las hiedras de fuego iban devorando su carne, quemando el tiempo pasado, cubriéndola de un velo casto, para que volviera a ser niña. Su vientre, que había sido entregado a un hombre, muerto hace muchos años, y que era el padre de Héctor, pronto olvidó aquel evento, y renació vuelto en vientre de doncella, tan puro y tierno como ramas de laurel.
La niña, cubierta de hiedras, miró a la hada, con gran agradecimiento en los ojos.
- Gracias por liberarme- dijo la niña, y la hada, sonriendo al ver cumplido sus deseos, la guió a donde estaba su hijo para que de inmediato se iniciara un gran festival de juegos, danzas y cantos. La noche ardió por las risas, y la hada sirvió de hoguera para que los niños celebraran entorno a su luz duradera. La Luna reinaba en el cielo, tan complacida por los milagros, que hizo que oro lloviera sobre los niños posesos por la hada de luz y de juventud.
Ambos olvidaron sus nombres bajo el hechizo de la alada doncella. Sólo sabían de jugar, corriendo en los bosques, montando en los ciervos, comiendo frutas hasta no poder más, mientras bendecían a la hada, con versos que la enardecían en gozo.
Se habían olvidado del mundo, pero el mundo no de ese bosque bendito.
A los días las inundaciones de primavera cesaron, y la carretera fue usable de nuevo. Llegaron al pueblo algunos proveedores de víveres y también algunas otras personas que había abandonado el pueblo durante el crudo invierno. Entre ellos estaban tres leñadores que usualmente trabajaban en el misterioso bosque que rodeaba el pueblo. Al día siguiente ya estaban listos para continuar su trabajo, con las hachas afiladas y bastante energía almacenada. Uno de ellos, que se llamaba... ¿Cómo se llamaba? Creo que Rodrigo o algo así, se adelantó esa mañana y se fue al bosque sólo, a comenzar la faena. Al primer hachazo escuchó un grito de terror.
Se asustó tanto que arrojó el hacha. Luego, como quien no quiere ver, se asomó por entre los espesos arbustos, y dos extraños niños vestidos de plantas se aparecieron.
- ¡Insensible! ¿Cómo dañas a este pobre árbol? ¿Qué te ha hecho?- preguntó la niña encantada. Luego exhaló miel de sus labios sobre la herida del árbol, el cual sanó al momento.
- Lo lamento, no quise... no pensé- decía el asombrado leñador, tratando de excusarse.
- No importa.- dijo el niño, mientras observaba con emoción los ojos del hombre, tratando de descubrir si un niño se ocultaba tras ellos.
- Mi amada hada te puede hacer libre, niño. Está ansiosa por que tú sigas su camino también. Ella sabe que no lastimaste el árbol por maldad, sólo que no sabías toda la vida que hay en él. Ven con nosotros y aprenderás a disfrutar la dicha de este bosque.
El niño tomó la mano de su infante madre, y luego ofreció su otra mano al leñador también. Así todos invocarían a la hada que los poseía para que pusiera su fogosa luz de juventud en aquel leñador sorprendido. El leñador tomó su mano y la de la niña también, y los niños empezaron a cantar un himno santo para despertar a la hada que los había tomado para ser hogar de su divino resplandor. Pronto el leñador sería otro de los salvajes devotos de la hada, y sólo sabría de cantar y danzar en los bosques, bajo el encantamiento de aquella caprichosa deidad.
Pero cuando vio que de los niños el fuego de hada salía, y se percató que aquello no era un juego sino un rito sagrado, el leñador soltó sus manos, rechazando a la hada que estaba a punto de despertar para hacerlo su siervo. Luego observó a los niños, los cuales lo miraban con asombro:
- ¿Es qué no deseas ser celebrar para siempre con nuestra hada?- preguntó el niño, extrañado.
Rodrigo o algo así estaba muy confundido. Miraba los ojos de los niños, y se percató que nada de humanidad en ellos había. Era ojos semejantes a los de un ciervo salvaje, a los de un pájaro silvestre o a los de una serpiente.
El perfume que surgía del bosque del hada era seductor y atrayente, Rodrigo o algo así estaba a punto de ceder y entregarse a la adoración que aquella hada demandaba para llenarse en orgullo y dignidad.
Algo encantado por la hada silvestre, Rodrigo o algo así decidió detener su labor de cortar los árboles del bosque. Ese sería el único favor que le haría a la hada y a los niños salvajes, estaba seguro.
- Gracias- dijo la niña, despidiéndose del leñador que recogía su hacha.
Y los niños, como animales asustadizos, desaparecieron en el bosque. Al llegar con sus compañeros, Rodrigo o algo así les narró la extraña historia que le había ocurrido, mas sus compañeros empezaron a reír.
- ¡Claro! ¡Una hada que transforma a las personas en sus silvestres niños!- dijo uno de ellos. Mientras preparaba su hacha.
- Favor, no corten ningún árbol. A los niños les duele, la hada los hizo parte del bosque. Oí sus gritos cuando herí la rama de uno de los árboles- dijo de pronto Rodrigo a algo así.
Con una mezcla de burla y cansancio, los dos hombres miraron a Rodrigo o algo así con lástima.
- Ya deja de fregar. Ni siquera hemos empezado y ya necesitas vacaciones. Siempre supe que no servías para este trabajo.
Los hombres salieron del camión en que estaban y se dispusieron a cortar madera ya sea con o sin ayuda de Rodrigo o algo así.
Rodrigo o algo así trataba de detenerlos a como diera lugar, incluso trato de quitarles las hachas. Finalmente, los dos hombre se cansaron y se dio una dispareja pelea. Rodrigo o algo así quedó en el piso, herido en su muslo por una hacha. Los dos hombres, temiendo a la Ley, huyeron del pueblo, creyendo que Rodrigo o algo así moriría sin remedio.
Estaba desangrándose el pobre hombre cuando llegaron Héctor y su madre. Ella vio la herida, y río para tranquilizar al hombre, diciendo: - Esto no es nada. Verás como lo curo.
Y nuevamente vertió su aliento de hada (pues una hada habita en ella), esta vez sobre la herida del leñador, la cual fue cerrada por el encantamiento de aquella miel bendita.
- ¿Ves? Eso era todo.- dijo la niña, sonriendo.
- Gracias por proteger nuestros árboles. Eres muy valiente - dijo el niño con mucha alegría.
- Ven con nosotros.- dijo la infante, ofreciéndole nuevamente sus manos al herido leñador.
- Está bien, los acompañaré si tanto les complace. Pero no traten de hacerme un niño, espere mucho por esta barba.- dijo el hombre, mostrando su peluda quijada, y el niño aceptó.
El niño y su madre guiaron al leñador a donde había sido su hogar. Allí, junto a un agradable fuego, invocado por la hada, ambos continuaron sus extraños rituales e himnos, mientras el hombre los observaba, algo extrañado, mientras comía algunas manzanas de un árbol que había nacido allí en tan sólo unos días.
Al anochecer el hombre se disponía a dormir, pero el festival de los devotos del hada parecía eterno. No es que no lo disfrutara, la voz de ellos había sido vuelta una agradable melodía por la vanidosa hada, pero lo que no lo dejaba dormir eran las preguntas que tenía acerca de ahora que haría si ya no podría ser leñador.
Finalmente se durmió, arrullado por la voz de los niños. Al día siguiente despertó, y notó que algo era diferente. Todas sus heridas y cicatrices habían desaparecido, su piel era de nuevo clara, como si el Sol nunca la hubiera tocado, y una brillante hada lo miraba con una sonrisa extraña. Algunas hiedras estaban enredadas desde su pecho hasta sus muslos, clara señal de que una hada había actuado.
- Me dijiste que no te hiciera niño, pero no que no te hiciera un muchacho. Soy la hada de la juventud, simplemente no puedo evitarlo.- dijo la hada, que no pudo resistirse a usar su cetro otra vez.
Asombrado por el milagro, se postró ante la hada, agradeciendo ser joven de nuevo.
- ¿Deleitado? Podrías ser un niño, si tan sólo me lo pides. ¿Qué te cuesta seguirme y entregarte a tus deseos?- dijo la hada, pero el muchacho se resistía.
- No entiendes, mi adorada hada- dijo el muchacho con mucha reverencia, pues ahora había conocido la divinidad de la hada.- Yo tengo sueños que cumplir, por ejemplo, siempre he querido casarme con una hermosa mujer.
La hada entonces hizo que nacieran hermosas flores entorno al muchacho.
- Pues si lo que buscas es una amada, búscala en una flor. Su perfume será su aliento, su néctar sería su voz, y su capullo de flor sería el vientre de una princesa queriendo al fin ser fecundada por el gracioso beso de un inocente infante, que ama a la flor que es su diosa.- dijo la hada, mientras el muchacho tomaba una flor y la observaba con admiración. Y al sentir el perfume santo de la flor, el muchacho no logró detener sus ensueños, y la vio transformada en mujer, buscando con ansías sus besos, y él con placer se los daba, mientras la mujer de flores y pasión abría sus pétalos para recibir su río fogoso de amor fértil.
Habiendo acabado el ensueño, el muchacho se vio atrapado entre las flores, las cuales lo habían envuelto en su tierno lecho de ensueños. Las flores estaban heridas por tanta pasión y caricias, sus pétalos habían caído al sentir los besos de su amante. La hada reía, pues aquel muchacho aún no entendía lo que estaba pasando. Se liberó de las flores que lo acariciaban, y se dirigió a la hada, reclamándole por esos encantamientos que le confundían sin remedio.
- Lo dices porque no eres un niño. Si lo fueras, verías toda la gracia y amor que nace al besar a una flor.- dijo la hada, la traviesa y curiosa dama alada.
Él, que en el fondo había disfrutado el encantado romance floral, trató de cambiar de tema, y agregó a su defensa:
- Además siempre he querido un auto, para divertirme a lo grande. Ser niño es aburrido, es como nunca poder hacer nada.
Entonces la hada le mostró un hermoso ciervo, el cual se postró ante Héctor para que le montara. Y el niño lo condujo por los cortos senderos del bosque, mientras reía emocionado.
- Un niño siempre encuentra como divertirse. ¿Ves?- dijo el hada, ya algo impaciente, deseosa de saciar su fuego de juventud en el muchacho, para hacerlo su súbdito y niño.
- Además yo siempre he querido un hijo- dijo el muchacho, seguro de que la hada no podría refutarle su aseveración.
- Pues para un niño inocente, los pájaros, los ríos, las frutas, la lluvia, las mariposas y los arbustos son sus hijos, y los ama y cuida con fervor. Pues de la risa de los niños es que nace la vida y la alegría, sólo la risa de los niños fecunda la tierra, los cielos y el mar. Donde no ríe un niño, sólo hay tristeza y sufrimiento.- respondió la hada. El muchacho no supo que responder ya.
La hada había ganado. Su cetro brillaba tanto como el Sol cuando está en lo alto sentado en su trono. Extasiada por la emoción, la hada acercaba su cetro al pecho del muchacho, llena del fuego virgen que arranca los años de la carne y la sangre. En sus pequeños labios se libaban los más hermosos cantos para celebrar el encantamiento, y sus ojos ardían como hogueras sedientas por madera nueva que consumir. El muchacho se aguantaba la respiración, ansioso por ver a las hiedras hacerlo un santo niño, devoto a la hada de fuego. Mas un agudo dolor, compartido por sus dos niños, detuvo el ritual de la hada en seco. El cetro dejó de brillar, y la hada empezó a gritar:
- Mi bosque, mi amado reino que es mi bosque... ¡Qué te hacen!.
Y el muchacho recordó que él y sus ex-compañeros no eran los únicos sujetos que iban a usar ese bosque como fuente de madera. Una gran empresa internacional había ganado en un licitación el derecho de derribar cuando bosque les pareciera, para fabricar muebles de primera. Ahora que las lluvias de primavera no eran ya de alto riesgo, la empresa decidió actuar, enviado sus cargamentos de equipo pesado al lugar.
El ex-leñador se lo explicó a la hada, la cual de miedo temblaba. El muchacho guió a la hada y a los dos niños encantados hacia el área donde grandes máquinas desbarataban a un árbol mientras la hada miraba con pánico congelante. Ese bosque, que ella con orgullo había vuelto su hogar, ahora estaba en peligro, y el joven le dijo a la hada:
- Ya ves que ni siquiera un niño podría detener esto. Será mejor que te vayas a buscar un mejor hogar.
Mas la hada no podía irse, en ese bosque su amado Héctor la había sembrado, en ese bosque estaba su alma, no había más remedio. Pero ella era divina, y tenía grandes poderes. Hizo un encanto extraño y lo puso en la pequeña niña, la cual se volvió una gran serpiente de varias cabezas voraces, las cual destruyó el tractor que trataba de aniquilar a un pequeño arbusto frutal. luego miró al niño, y lo hizo un gran león feroz, con víboras por melena, y rugidos de fuego ardiente, el cual sembró terror en la gente que trabaja en las máquinas. Al huir todos con pavor la hada se sintió más tranquila, y devolvió a sus fieles infantes su forma de niños danzantes. Ellos parecían no haberlo notado, pues seguían tan tranquilos como siempre.
El joven estaba más asombrado aún por los poderes de la hada. Ella lo miró fijamente, volviendo a acercar su cetro a su pecho. Entonces ella dijo:
- Tú también serás parte de mis milagros, mi fuego arderá en tu corazón.
La hada, llena de los atributos de una serpiente astuta, mordió el pecho del muchacho con su cetro de llamas santas, mientras este miraba con tranquilidad la hermosa luz de la hada. Hiedras de la hada le hicieron alejarse de su mundo para hacerse un tierno niño, el cual no dudo en empezar a jugar para honrar a su hada. La hada se hizo una hoguera feroz, entorno a la cual los tres niños jugaron, bailaron y corretearon hasta que ya más no pudieron, y cayeron rendidos ante la hoguera y hada, la cual los llenó de sueños placenteros hasta la siguiente mañana.
Ella se pensaba triunfadora, habiendo salvado a su bosque al tiempo que ganaba otro devoto que llenar de sus encantamientos. Mas la hada no imaginaba que su bosque aún peligraba, pues si bien había logrado espantar a los indeseados, los adultos no se rinden pues son seres persistentes.
Cuando salió el Sol de nuevo, y la hada aún ardía con calma, vuelta fogata, para regocijar a sus niños en su halo de calor y luz, el bosque se llenó de terror, pues dos inesperados visitantes llegaron a aquel sacro lugar.
Los niños no se percataron de las visitas peligrosas hasta que los pájaros trinaron para avisar del peligro.
Cuando los tres despertaron, y la hada fogata abrió sus ojos de Luna en el zenit, dos cazadores, armados con grandes escopetas y guiados por perros bravos, ante ellos habían llegado.
Los cazadores llevaban una escama de dragón y un cabello de león, recogidos en el camino, con el que le dieron un olor que rastrear a los perros para empezar la cacería.
La hada se llenó de terror, sentía la muerte fluir de aquellas crueles escopetas. Los niños sintieron la muerte que habitaba las malvadas armas, y como animales salvajes se levantaron asustados.
- Oigan niños, ¿No han visto a una serpiente enorme y a aún león salvaje? Nos contrataron para cazarlos, pues no permiten que un proyecto importante avance. Por cierto, no deberían estar aquí, con esos animales allá afuera, este bosque es peligroso. Por suerte estos perros nos guiarán hacia esa serpiente y ese león, para que así acabemos a esas bestias salvajes.
Héctor y su madre se pusieron pálidos, pues él era el león y ella la serpiente. Los perros les ladraban, pues sabían que las bestias que buscaban eran aquellos niños silvestres. La hada también temía, pues no sabía si podría salvar a sus niños de aquellas armas terribles y de los perros voraces. Los tres niños se tomaron las manos, haciendo un circulo entorno a la hoguera, empezando a rogar a la hada por divina protección. Un aro de fuego, de llamas largas e infranqueables, rodeó a los niños, invocado por la hada.
Los cazadores, asombrados, observaron los ojos de los niños, notando que no eran de humanos, y comprendieron por qué los perros les ladraban sin control.
- ¡Ellos son las bestias!- dijo uno de los cazadores. Cualquier persona normal hubiera huido sin pensarlo dos veces, pero entonces Rodrigo o algo así les vio directo a los ojos: En esos ojos no había un niño atrapado, ni siquiera la luz lejana que queda cuando el adulto se acepta, si lo hubo ya estaba muerto, esos eran cazadores desalmados. Sólo había humanidad en sus ojos, y eso aterraba a los niños aún más, mientras la hada atizaba las llamas que los resguardaban.
- ¿Crees que nos den más dinero por matar estas bestias que hasta cambian de forma?- dijo uno de los cazadores, apuntando a la niña.
Rodrigo o algo así se levantó, queriendo hablar con los cazadores. Era el único que podía, pues a los otros dos niños la salvaje hada ya les había arrebatado hasta el lenguaje humano, y tan sólo sabían cantar como pájaros dulces para hablarle a las plantas y flores.
- No nos hieran por favor. Sólo hemos estado defendiendo este bosque, nuestro hogar. No lastimamos a nadie, tan sólo queríamos que se fueran. ¿Acaso eso está mal?.
Mas los cazadores eran demasiado humanos, y desoyeron lo que el niño les dijo. Sin más que decir dispararon, mientras la hada guardaba con todo la fuerza de su divina alma a sus tres niños amados. Los cubría con todo el fuego de su vida para que sus niños no resultaran lastimados.
Grande fue su sorpresa al ver lo que había pasado: Un cazador al otro es que le había disparado.
- Todo el dinero será mío- dijo el cazador victorioso, sin duda alguna, más en ese mismo instante el otro, en su último esfuerzo, tomó su escopeta para dispararle. Así los dos cazadores murieron, llenos de sangre, acabados, aunque en el fondo ya estaban muertos pues en sus ojos no había niños cantando. Los perros huyeron sin pausa, y los niños al fin suspiraban.
Rodrigo o algo así miró a la hoguera, que recuperó su forma de hada, y le dijo:
- Gracias por volverme niño, ser adulto es una desgracia.
La hada le dijo "De nada", y lo envolvió en su halo de luz embriagante. Así que le hizo olvidarse del mundo, para que no se detuviera la fiesta dionisíaca de juegos de niños traviesos en un bosque que más nadie recordaba. La hada hizo el bosque infranqueable, denso cual selva perfecta, para que ya nadie estorbara la fiesta de niños y una hada eterna.

1 comentario:

  1. Muy buen relato!
    De uno de mis temas favoritos...las hadas
    Felicidades

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